miércoles, 7 de septiembre de 2011

La época de la ilustración


Entre finales del siglo XVII y los primeros años del siglo XVIII se produjo un amplio y radical proceso de renovación intelectual y transformación de las mentalidades que, partiendo de Europa, determino el desarrollo de la historia posterior de los demás continentes. Hasta el siglo XVIII, la cultura europea había sido portadora de unos valores destinados a un ámbito esencialmente europeo. Solo después de la operación cultural efectuada por los protagonistas del siglo de las luces adquirió un significado universal, elaborando modelos económicos  políticos y sociales capaces de proporcionar a la civilización del mundo entero el enfoque unitario que constituye la característica peculiar de la historia contemporánea.

En los orígenes del movimiento de la ilustración se debe de situar una actitud de deuda ante las certezas tradicionales y el valor primordial atribuido a la razón, considerada como único criterio de juicio: una razón que pretende someter toda la realidad a su propia criba, sin limitaciones y prejuicios. De este limitado despliegue de la razón critica broto la gran floración de la cultura ilustrada, producto y consecuencia de un largo proceso de transformación de la conciencia europea, que alcanzo los mas diversos campos del saber y fue acompañada -y condicionada a su vez- por una transformación no menos radical de las estructuras sociales y económicas, los sistemas políticos y las relaciones de producción e intercambio.

Si la actitud característica de la ilustración fue la critica de las tradiciones y de la autoridad en nombre de la pura razón humana y de su capacidad para explicar toda la realidad, sin necesidad de recurrir a mitos, leyendas ni supersticiones, ello fue sin duda resultado de una larga preparación:: sus orígenes se remontan al pensamiento filosófico, científico, político y religioso del siglo anterior, si no ya a ala cultura humanística y renacentista. Descartes, por ejemplo, en el campo especulativo había rechazado la autoridad de los antiguos, intentando confiar al simple razonamiento lógico la construcción de un sistema filosófico ferreamente articulado como una única y gran ecuación matematica. Con su ejemplo y su método, centrado en el empleo de la duda metódica. Descartes había inaugurado una manera diferente de situarse ante la realidad, una concepción de la filosofía y de la ciencia como no dependientes de ningún presupuesto teológico, sino perfectamente autónomas, guiadas solamente por el espíritu critico: es decir, había separado la religión de la filosofía. Esta separación no tardo en resolverse en un ataque, mas o menos violento, de la filosofía contra la religión; o mas precisamente, del espíritu critico contra las verdades dogmáticas y tradicionales.

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